Fotografia de Selectus Wines |
En el número 5 de la revista Selectus Wines (www.selectuswines.com) signo una àmplia entrevista feta al sumiller Josep Roca, on destaca que el vi respira natura. És una entrevista de 16 pàgines traduïda a l'anglès Pitu Roca afirma que "un gran vi és un vi que sigui honest, que tingui una coherència amb el seu paisatge, amb connexió amb qui hi ha darrera d'ell". Jo hi estic absolutament d'acord, i vosaltres?
“El vino respira naturaleza”
Entrevista a Josep Roca, camarero de alegría, placer y felicidad
RAMON FRANCÀS
Girona
Josep Roca Fontané (Girona, 1966) es “la visión sistemática de quien tiene
que explicar cada día a los clientes la realidad de esta máquina de generar
placer que es El Celler de Can Roca. Quien conversa las bebidas y los manjares,
los ilustra y los hace mejores: el poder de la palabra, la magia de comunicar
valores elididos”. Así lo cuentan desde su restaurante familiar. Amabilidad,
humildad, agradecimiento, serenidad, calidez, poesía, buen hacer, profundo
bagaje de un hombre viajado, espíritu reluciente, pasión y brillantez atesora
este camarero de vinos y jefe de sala
del mejor restaurante del planeta que también se define como un contador de historias.
Pocos días después de que
el pasado 29 de abril la revista Restaurant
proclamara al restaurante de los tres hermanos Roca como el mejor del
mundo, Josep Roca recibía a Selectus Wines en este reverenciado templo
culinario del barrio de Talaià de Girona, a pocos metros de dónde todo empezó,
la fonda de Can Roca de sus padres Josep, exconductor de
autobuses, y Montserrat, cocinera. Josep Roca, que atesora más de 35.000
botellas en su santuario, apasiona y se apasiona mientras recorre su bodega,
haciendo sentir el carbónico del champán con bolitas que se escurren entre las
manos o recorriendo con imágenes y música los Riesling, la Borgoña, el
telúrico Priorat y las joyas únicas en el mundo de Jerez. No es onirismo, es
pura realidad pasional. En su bodega se respira un lirismo nada elegíaco.
La entrañable entrevista
se realizó durante 42 minutos y 52 segundos bajo los efectos del nodo lunar sin
ninguno de sus supuestos efectos negativos. Los astros no parece que se conjuraran
en contra. Eso sí, escuchando a Josep Roca a uno le era fácil recordar al poeta
y filósofo bengalí Rabindranath Tagore cuando escribió: "Dormía..., dormía
y soñaba que la vida no era más que alegría. Me desperté y vi que la vida no
era más que servir... y el servir era alegría.”
- Josep Roca se formó en la Escuela de Hosteleria de Girona. Es sumiller y es propietario junto a sus hermanos Joan y Jordi del prestigioso restaurante El Celler de Can Roca, distinguido con tres estrellas Michelin, tres soles en la guía Repsol, un 10 sobre 10 El Viajero El País de JC Capel 2012 y cinco años entre los cinco primeros del ranking de Magazine Restaurant, 2º en la guía Magazine Restaurant de los mejores restaurantes del mundo 2011 y 2012 y 1º en el año 2013 y nº1 de Europa por la revista alemana Feinschmecker 2012. También se ocupa del restaurante Moo de l’Hotel Ommm de Barcelona y de Mas Marroch Banquets.
- También atesora la Medalla de oro al mérito turístico del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio 2011, el Premio Nacional de Gastronomia como maître y como sumiller, el Gran Prix de la Academia Internacional de Gastronomia al mejor sumiller 2005 y 2011, la mejor carta de vinos para la Revue du Vins de France 2012, personaje del año en Francia (primera vez que premian a un restaurante no francés)
- Dirige un curso de especialización de sumilleres con la Fundació Universitat de Girona y es profesor en la Universidad de Girona del 4º grado de la Facultad de Turismo, sobre gastronomía y enología.
-¿Pesa mucho la responsabilidad de
ser el jefe de sala y sumiller del mejor restaurante del mundo?
-Es una situación extraordinaria vivir en un sueño que empezó hace 27 años
y que tenemos la suerte de seguir en este camino de excelencia, pero sobretodo
de pasión. Más allá de lo que dicen que somos, es una suerte extraordinaria
hacer de tu pasión tu profesión, de hacer feliz a la gente, y hacerlo en un
ambiente familiar con un arraigo fraternal impagable.
-¿Le aporta mucho pues el cliente?
¿Le enriquece?
-No sé si la palabra sería esa. Yo creo que tenemos la necesidad de dar, de
ofrecer, aquello que dicen vender felicidad y compartir. Creo que hay una parte
importante de lo que me toca hacer, como camarero de vinos y jefe de sala, y
creo que hay una relación fantástica de combinación, de diálogo, de
interacción, de complicidad… una interacción en la cual a veces tengo la
sensación de que necesito mostrar, necesito mostrarme a través de los gestos, a
partir de la cocina que hacemos, necesitamos expresarnos… Creo que es una parte
que tenemos como muy íntima que necesitamos desbocar de una manera entusiasta,
y luego hay una efecto recíproco
contundente que es el afecto, la situación agradecida de la gente que viene con
los sentidos despiertos.
-¿Lo pasan mal cuando se ven
obligados a decir que no disponen de mesa para ofrecer para antes de un año?
-Pensamos que no podemos quejarnos. Y a veces, cuando tú dices que te sabe
mal, parece que sea un engaño. Es una situación extraña. La verdad es que nos
provoca una cierta sensación no de angustia, porque tampoco es tan duro como
esto, pero sí desasosiego… una situación de no poder corresponder a la gente
que de una manera natural te está pidiendo una mesa. Gestionar a la gente es
más difícil y complejo de lo que pensábamos. Ahora, desee hace un tiempo, intento
evitar ponerme al teléfono porqué me duele muchísimo y lo paso fatal.
-¿Cuál es el secreto más bien
guardado de la impresionante bodega que gestiona?
-Hay muchas historias dentro, hay muchas historias compartidas algunas de
las cuales son muy íntimas, algunas que son de bagaje familiar, otras de
experiencias profesionales y de tesoros que sí, están ahí escondidos… En todo
caso, lo mejor guardado es el afecto de discursos acústicos de vignerons que he tenido la suerte de
visitar y de los que aquí, de alguna manera, tengo algunos testigos. Son
experiencias vividas.
-¿Guarda algún vino muy especial que
no encuentra nunca el momento de descorchar?
-No me cuesta abrir las botellas importantes. Me duele cuando no salen bien
de la bodega… ayer me salieron algunas que me dolieron [se refiere a dos
botellas “funestas” de dos inmensos Burdeos, la de un Premier Grand Cru Classé
de Château Cheval Blanc de hace 47 años, de 1966, y la de un Château
Ducru-Beaucaillou de 1990]. También es verdad que el vino está para ser
descorchado. No me siento excesivamente preso al abrir botellas. Si el corazón
me lo dice, puedo abrir cualquier botella en cualquier momento. Y hay cosas que
son muy importantes y muy especiales para mí que hoy o mañana puedo descorchar.
Sé que el vino pervive y que la botella no se acaba cuando el líquido se ha
‘evaporado’. De lo contrario no tendría en las estanterías tantas botellas
vacías. Aparentemente esas botellas están llenas de historias.
- Un día me contó que el vino, como
la música, es universal, que no sabe de fronteras donde encorsetarse. ¿Quizás
por ello en su bodega se da tanta o más importancia a la Borgoña o a la
Champaña que a los propios vinos locales?
- A mi me gusta el vino. Me siento muy cercano a ese diálogo fascinante, a
ese diálogo de hombre-naturaleza. Me gusta esa interpretación del diálogo de
norte a sur, de hemisferios distintos, de exposiciones y latitudes diferentes,
de esa influencia de meridianos pero también de paralelos, microclimas,
mesoclimas… El vino respira naturaleza y para mi no tiene fronteras. Las fronteras
las pone el hombre y yo bebo naturaleza. Me siento tan libre como quien escucha
una música sin pensar en nacionalidades o quien lee un libro pensando solo en
literatura. Pese a ello, en este momento, y más que nunca, quiero ser sensible
a sentirme cercano a los productos agroalimentarios de proximidad y en especial
a los vinos de aquí. En mi papel, no quiero renunciar a ser embajador de la
gente que tengo cercana.
-Le he escuchado contar en más de
una ocasión, seguramente con un exceso de humildad, que un sumiller es un
camarero de vinos. ¿Cree que la profesión está suficientemente prestigiada?
¿Opina que hay un exceso de sumilleres?
- Primero creo que tenemos una situación extraña en tanto que mi hermano puede
decir que es cocinero y no pasa nada, y en cambio yo tengo que justificar que
soy camarero. Hay cocineros que imagino que trabajan en lugares con una gran
dificultad de expresión personal o una eficacia y cierta normalidad absoluta. Parece
que el camarero tenga que explicar muchas más cosas ¿no? En todo caso, un
cocinero es una profesión y para mi un camarero, como yo me planteo que debe de
ser un camarero, es un profesional con los mismos conocimientos que un
cocinero, los mismos, pero con esa capacidad de transmitir, o esa voluntad de
crear empatía con el cliente que nos visita. También con otros parámetros que
tienen que ver con esa exposición, esos ritmos, esos rituales, esa coreografía,
esa psicología aplicada, esa generosidad y esa voluntad hospitalaria. También
hay otro elemento importante para ser un camarero, que es vender felicidad.
-¿La sala no está reconocida como se
debería?
-Yo creo que sí, lo que pasa es que hay varios factores. Uno de importante
es que la gente, a un restaurante, va a comer y el camarero debe asumir que el
papel importante en un restaurante es el de la cocina. Entonces, a veces,
probablemente cuando tienes que cuantificar, el 70 o el 80% de la importancia
de un restaurante está en lo que comes. Pero luego hay ese 20 o 30% que desde
la sala podemos defender a muerte y
podemos hacer que remontemos esa idea inicial de que el cliente va a comer y
que pueda ser un recuerdo muy grato en el que probablemente el cliente se sienta
fantásticamente muy bien. El servicio tiene que asumir y aprovechar el éxito de
la cocina., y seducir, tener capacidad de seducir para que el cocinero se
luzca. Somos transmisores de nuestra cocina, de nuestra filosofía y tenemos una
oportunidad extraordinaria de ser embajadores de los productos agroalimentarios
de nuestra proximidad. El camarero debe aprovechar esto.
-¿Hay muchos sumilleres?
-No… Yo creo que desde los años 90, cuando empiezan los cursos
profesionales y ya no solo tenemos esos personajes míticos como fueron Josep
Vilella o Pitu de La Gavina, o el gran Custodio Zamarra que todavía tenemos…
ese sumiller de la concha, yo creo que se ha dinamizado, ha habido unos
estudios, una inmadurez, una ambición, una celosía, una necesidad de
demostración que en estos últimos 20 años yo creo que se ha ido serenando. Ha llegado ese sosiego a esa inquietud y esa
bravura, esa desfachatez a veces que suponía querer llegar rápido a un
reconocimiento que no tocaba ya que la sociedad tampoco estaba preparada para
ello. Yo creo que fueron años de una cierta muestra de inexperiencia, de una
necesidad de demostración que hizo inundar los restaurantes de clases
abrumadoras e incluso insultantes, y que nada tienen que ver con lo que ahora
puede recibir un cliente en un restaurante. Yo creo que hemos superado esa
inmadurez conceptual, y yo creo que no hay pocos sumilleres sino que hay mucha
gente con estudios y que tiene vocación para aprender del mundo de la sala, del
mundo del vino. Unos profesionales que han visto como una nueva generación de vignerons del territorio ha hecho
renacer la ilusión y el reencuentro con la tierra, y esa misma generación que
está sirviendo hoy en las mesas de los restaurantes se ve coetánea,
participativa y muestra entusiasmo sin dar lecciones.
Hemos aprendido los
sumilleres de nuestra inexperiencia. Ya no necesitamos tanto mostrarnos puesto
que sabemos que a quien debemos mostrar es a los personajes del vino. Durante
un tiempo quisimos hacer un paso por delante del vitivinicultor y yo creo que
ahora estamos un paso por detrás del vitivinicultor con una experiencia vivida.
Los chicos que ahora mismo están estudiando y están en las mesas de los
restaurantes sirviendo botellas participan de esta segunda generación mucho más
preparada y con más dosis de sensibilidad, y también están en un entorno más
adecuado: amplitud de conocimientos en nuestra sociedad, eclecticismo
gastronómico, más abertura de mente, mejor formación.
-¿Qué es para usted un gran vino?
- Un vino que sea honesto, que tenga una coherencia con su paisaje, con
conexión con quien existe detrás. No necesariamente debe saber bien. Pero si
debe tener una mezcla de relación entre el clima y la conducción de quien le ha
acompañado en su elaboración, que el vino se parezca o donde ha nacido o a
quien lo ha hecho.
-Usted ha dicho que en el futuro el
consumidor exigente buscará en un vino la honestidad. De vinos honestos de
veras, sin embargo, hay bien pocos, ¿verdad?
- Yo creo que hay bastantes… bastantes, lo que pasa es que cuando tu
focalizas en un territorio concreto a veces las zonas están muy inundadas por
la especulación, por el mercado, por la dificultad de sobresalir en la
singularidad gustativa. Pero si lo miramos a nivel mundial, a nivel abierto, yo
creo que hay mucha honestidad en lo que representa definiciones de tacto, símbolos
del gusto, filosofías implicadas, variedades concretas que florecen en lugares
con una gran naturalidad.
Yo creo que hay muchos
discursos acústicos en muchos lugares del mundo, y también aquí. Sí que es
verdad que también vivimos en un mundo de confusión, de necesidades, de
dificultades, de engaños, de bagajes no siempre bien escogidos, de herencias
mal recibidas, de errores aletargados que algunas zonas tengan mucha más
dificultad para poder expresar su honestidad. No solo es un planteamiento de
decir: la gente que hace este vino no es honesta. Quizás la gente que hace este
vino aquí ha heredado un patrimonio erróneo. Esa parte errática de una vida, o
de dos vidas, de dos generaciones, esos cultivos destrozados, esa dificultad de
conservar los organismos vivos en el subsuelo, pero también esas prácticas
homogéneas en el cultivo de la vid también han podido llevar a que a veces no
tengas honestidad. Pero eso también es comprensible, también pasa en muchos
factores de la vida y tenemos que ser conscientes que lo que ahora nosotros
vivimos en el mundo global, y también en el local, no solo es la fuerza de
nuestras intenciones sino también el parámetro de nuestro contexto, de nuestra
realidad, de las sinergias que ha habido en un pasado reciente. Hay que ser consciente de eso también. ¿No?
-Qué estilos cree que se impondrán
en los vinos en un futuro próximo: vinos con menos alcohol, vinos con más
fruta, vinos con menos madera, vinos más bebibles, vinos más elegantes, vinos
más emocionantes…?
- [Se toma unos segundos antes de contestar] Bien, has nombrado muchas
palabras que me gustan. Yo creo que serán vinos que irán con una dieta más
sana, más fresca, más equilibrada. Vinos con conciencia. Vinos donde la ciencia
ayudará a la conciencia. Vinos que no renunciarán a seguir en procesos de
investigación, pero que se mostrarán más naturalmente. Vinos probablemente
menos protegidos. Vinos más accesibles. Vinos de corto plazo, de más acidez.
-Más acidez no es corto plazo…
-No, pero… Bueno. Vinos con un accesibilidad mayor, y en todo caso vinos
que no basarán su esqueleto tanto en el alcohol como sí en la acidez, para
decirlo de alguna manera. En definitiva, serán vinos implicados con la
sostenibilidad: las emisiones de CO2, la huella de carbono… Yo creo que todo esto
son elementos de implicación sobre la naturaleza que se irán adoptando no solo
en el vino sino también en la gastronomía y la cocina. Yo creo que esa
sensibilidad hacia la sostenibilidad conducirá a muchos caminos que ahora mismo
no reúnen.
Considero que tanto las
grandes empresas como los discursos acústicos estarán más cerca de la viña y
más alejados de los productos de ayuda. Esa para mi es la base de lo que creo
que serán los vinos del futuro, independientemente de estilos, zonas,
meridianos o paralelos.
-Supongo que aplaude, pues, esa
revolución que se está dando con los vinos ecológicos, biodinámicos y naturales
siempre y cuando sean honestos y no solo un argumento de venta.
- A mi me gusta observar esta sensibilidad hacia el organismo vivo del
suelo, del subsuelo, esa capacidad ahora mismo de poder trabajar la viña como
un jardín…
- ¿Raül Bobet?
-Sí, sí, por ejemplo. Él practica una lucha contra la naturaleza sabiendo
de la magnitud de la naturaleza pero también sabiendo que podemos buscar el encantamiento
hacia la belleza de la naturaleza, y actuar con ingenio, también conciencia,
pero sobretodo conservación. Todo esto está pasando y creo que es muy positivo.
Hay otros elementos que
probablemente no me gusten tanto como que hay una confusión en el mundo del
vino y ese planteamiento sobre las descripciones de ecológico, biodinámico o
natural todavía están en procesos que
pueden ofrecer despiste, aprovechamiento, marketing, engaño… que se conviertan
en argumentos de venta y no en un filosofía de vida. Creo que esto pasará como
ha pasado en el mundo de los espumosos. En el caso del cava, por ejemplo, hace
unos diez o quince años que había una gran exposición de nuevos vinos, de
nuevos conceptos… y luego todo esto se volvió a la normalidad.
En este sentido, ahora
estamos como muy efervescentes en nuestro territorio, aunque llegamos tarde,
llegamos muy tarde. Estamos viendo una microrevolución cuando en Italia o
Francia hace años que hay un asentamiento de esos movimientos. Pensar que los
vinos biodinámicos empiezan a moverse en la década de los años 70 en Francia
mientras que en España, probablemente, estamos hablando de vinos biodinámicos,
siendo generosos, solo hace unos diez años. No tenemos punto de comparación
todavía con esa sensibilidad con lo que representa por ejemplo en Italia.,
donde hay un movimiento extraordinariamente diverso.
-¿Usted cree que los profesionales
que nos dedicamos a la prescripción del vino comunicamos de manera demasiado
farragosa? ¿Cree que deberíamos despojar al vino de tanta sofisticación y
complicación?
- Yo creo que hay una necesidad de mostrar menos descripciones de los vinos
y más normalidad en el sentido de acercarlo más a las personas, no alejarlo. No
engañar tampoco, no ser excesivamente hiperbólicos, a veces podemos caer en
esas expresiones, lo podemos reconocer. Pero a mi modo de ver los vinos se
parecen a la gente. Y la gente puede comprender si un vino está fatigado, si
está cansado, si un vino está crecido, si un vino está orgulloso. Y después se
puede explicar que un vino orgulloso tiene mucha madera, tiene muchos humos
(una madera ahumada), tiene una gran estructura, tiene mucha carga tánica,
tiene mucho peso, tiene cuerpo, estructura, tiene músculo… pero podemos decir
que un vino es orgulloso.
-Siguiendo con el mismo tema ¿Se
entendería un vino sin componentes románticos o poéticos?
- Yo creo que sí. Cuidado… Yo creo que el vino es una bebida difícil de
comprender sin el poso cultural. Es una bebida que tiene ácidos, que tiene
amargos, incluso a veces salados… y que necesita de ese acompañamiento detrás
de la cultura para ganar toda su complejidad. La cultura del gusto nos llevaría
probablemente a otros parámetros. El peso histórico que nos mueve lo envuelve
de una manera definitiva. Cuando hablamos del vino igual a poesía… no creo que
sea necesario. En algunos momentos el vino es jovialidad, es interacción, es
costumbrismo, es paisaje, filosofía de vida, momento de alegría… a veces es
intimismo, pero a veces también puede aportarte un diálogo con la ciencia, un
diálogo con la investigación, también un diálogo con las lecturas de la
naturaleza…
Qué bonito ver de una
misma finca un vino con poda en verde y otro sin poda en verde, una uva
cosechada 15 días antes que la otra. Aquí no hay poesía, aquí hay tactos
distintos. Qué bonito es observar que un vino se puede hacer con unas mismas
uvas de un mismo campo uno con ventilación en madera y el otro en inoxidable, y
qué distintos! No hay poesía. Qué bonito es observar que alguien hace su vino
pensando en que es un payés austero o que es un sofisticado hedonista. Y cómo
ver que un vino se cubre de vainillas, de humos y de cremosidad y el otro se
muestra ácido, áspero, incluso acuoso. Esto no es poesía, es filosofía de vida.
Pero también en ese diálogo entre la ciencia y la naturaleza es muy interesante
poder observar desde un punto de vista tangible que un vino también es física y
química. Y cuando digo que el vino se parece a la gente que lo hace también me
refiero a cómo interpreta la gente que lo hace su idea sobre la filosofía y
sobre la ciencia.
-¿Cree que se ha hecho más caso a la
prescripción internacional que no a la local en el caso de los vinos españoles?
¿Quizás se ha creído que siempre lo de fuera es mejor? ¿A qué atribuye el hecho
de que hasta hace relativamente poco la prescripción de aquí no haya tenido
mucha fuerza?
- Yo creo que hay una realidad. Cuando hablamos de prescripción
internacional hablamos de personajes concretos que se han ganado el crédito,
sean de donde sean, vengan de donde vengan. Cuando un seños es capaz de probar
muchísimos vinos con un gran talento, y una gran sensibilidad para catar y ha
creado escuela… tiene prestigio, venga de donde venga. Primero esto: Experiencia
de cata, bagaje, experiencias, escritos y escritos con historia y gran esfuerzo
para mostrarse independientemente de donde sea. Hay algunos prescriptores que
son de aquí y otros que son de fuera y que tienen una gran credibilidad. Luego
esos periodistas, independientemente de donde están, y de l influencia en el mundo,
tienen más peso. Pero es verdad que, de alguna manera, el comercio en el mundo
del vino ha sido siempre anglosajón y es normal que en esa cultura, accesible a
nivel mediático por sus resúmenes, tengan más poder en un mundo que quiere
vivir así: reducido, tangible, esquematizado, sin matices. Inglaterra y Estados
Unidos nos han enseñado ese camino y el mundo lo ha comprado. Incluso hay gente
que después ha cambiado su manera de hacer. Sobre
la prensa de aquí, sobre los prescriptores de aquí, creo que han crecido de la
misma manera que también ha crecido el movimiento del vino. Si la gente no hace
el vino de una manera distinta y de forma cualitativa es difícil hablar de él.
De la misma manera que los sumilleres hemos crecido y madurado, el mundo de la
prescripción también ha crecido y madurado. Si hasta hace relativamente poco en
una zona como por ejemplo el Penedès no se había hecho nunca un blanco con una
intención de envejecer, de guardarse, de mostrarse como un gran vino; si no
hemos tenido una gran bodega que solo ha hecho vino blanco, ¿cómo vamos a
promocionar, a vender, a divulgar, a prescribir sobre un gran vino blanco si la
gente que está no lo ha hecho? Desde ese punto de vista nosotros no podemos
tener aún ese reconocimiento internacional como prescriptores, o no lo hemos
tenido hasta ese momento, por que tampoco hemos tenido esas herramientas para
podernos mostrar al mundo desde nuestra localidad.
-El mundo del cava vive unos
momentos delicados. La marca cava ha perdido prestigio, principalmente en los
mercados internacionales, los precios han caído, ha habido boicots, se han
incrementado las marcas blancas, ha habido un pequeña diáspora de bodegas que
han abandonado la DO Cava… ¿Qué futuro cree que le espera al cava?
- Bien… creo que hay distintas velocidades. Hay unos pesos pesados
importantes que están decidiendo dónde debe ir el mundo del cava: donde ellos
quieren, lo van a dominar ellos y llevar adonde ellos quieran, de momento con
una cierta dificultad de mostrarnos con precios competitivos al alza. Estamos
haciendo precios competitivos a la baja. Estos pesos pesados pueden o tienen
que hacer eso y dentro de la mirada corta de esos otros cavistas creo que
tienen mucho por decir, creo que pueden hacer discursos interesantes en cortas
crianzas y largas crianzas. Creo que pueden aprovechar ese punto de
mediterraneidad para proyectarse al mundo, sin complejos, con la naturalidad de
unas variedades que respiran cálidamente. Esa parte de poder jugar con acideces
menos descarnadas y con una situación de natures naturales, está todavía por
explotar.
Hasta hace muy poco no
hemos tenido vinos de finca concreta. Y el reto está en poder buscar esa
competitividad de pequeño productor, o mediano o grande, pero vendiendo fincas
concretas, con trabajos de viña muy exigentes para aportar el máximo de
naturalidad y de expresión de terruño. Tenemos mucho por demostrar desde los
vinos espumosos dentro o fuera de la DO Cava.
-¿Cómo nos lo podemos hacer para
atraer a los jóvenes a un consumo responsable de vino?
- La verdad siento una sana envidia de los americanos en este sentido.
Ellos han sabido vender el vino como una modernidad, y poder demostrar que
tomarse un vino con música alta es símbolo de cultura y fiesta. Y aquí todavía
estamos apegados a l tradición de la barrica del abuelo. Las campañas de
marketing que se han hecho han sido escasas… erróneas. Últimamente se están
encarando con un visión mucho más abierta hacia esa juventud. El mundo de la
juventud está ahogado, o abrumado o excesivamente condicionado por las marcas
de refrescos carbonatados, y sufre de una manera atroz el impacto del marketing
en la cerveza. Solo hay una oportunidad para sobrevivir y para mostrarse como
un elemento de valor: después de una sociedad postindustrial, que es la que yo
represento, como una persona que no ha dependido del campo para subsistir, que
ha ido solo a buscar cuatro setas pero que no conoce nada del campo, ahora
observa como esta generación que viene necesita encontrar el campo de sus
abuelos para cuidarlo, mimarlo y respetarlo.
La juventud de hoy tiene
una sensibilidad especial por la tierra que se puede observar con ese
enamoramiento, con ese auge del enoturismo, con esa necesidad de volver a
aquello que sus padres no supieron explicarles pero que añoran de sus abuelos.
Y creo que el vino acerca directamente al contacto con la tierra de una manera
sensible. Nos encontramos ahora mismo con gente joven en el viñedo y gente
joven que puede comprender el esfuerzo de esa gente joven del viñedo. El vino
como un fenómeno de reencontramiento con la naturaleza. Yo creo que esa es la
clave para que la gente joven disfrute, beba y pague por el trabajo de sus
coetáneos que están cuidando esa tierra que quieren.
-¿Por quién o porqué alzaría una
copa y brindaría?
- Por la gente que está a mi alrededor, por la gente que quiera compartir
un momento de felicidad, porque el vino es un expresión de vida y brindar con
vida es lo más bonito que puede haber.
-¿Y con quién no compartiría un
vino?
- Difícil la cuestión ya que podría compartir vinos duros con gente con la
que tengo una situación o una relación dura. Yo creo que para todo momento hay
un vino, incluso para gente con la que no tienes una cierta afinidad. Para esa
gente creo que puedes encontrar un vino que simbolice dolor, angustia,
incomprensión. Hay vinos para todos los estados de ánimo, también para el
desasosiego, para la irritación. Hay vinos que son extraños, contundentes,
viscerales, a veces reductivos, a veces expansivos. Tengo un vino para todos.
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