En el número de novembre de la revista Vinos y Restaurantes signo un reportatge on poso la lupa en un dels més nous i engrescadors projectes de la nova DOQ Rioja:
Felicidad e identidad en los confines de Rioja
RAMON FRANCÀS
A sus 76 años Delfín Blanco, un vital hombre soltero de pura cepa, cría gallinas y cerdos como ya no hay y cultiva lechugas, tomates, pimientos y rabiosas guindillas como los de antes. Sus conservas son una bendición. Lo hace entre viñedos en Baños de Rioja, los de un relativamente nuevo proyecto vitivinícola –su primera añada fue la del 2000- que está mostrando nuevos caminos en una DOCa Rioja que se está refundando con nuevos mentores. Se trata de Bodegas La Emperatriz, un château riojano con 85 hectáreas propias en producción en una finca de 101 hectáreas. No es nada usual encontrar una bodega con mentalidad de château en la DOCa Rioja. Es un Rioja de terruño que bebe de la autenticidad de un clima y de un suelo situado a 570 metros sobre el nivel del mar que se expresa en ocho referencias, seis tintos y dos blancos, que suman 350.000 botellas anuales. Sorprende lo ajustado de sus precios por la calidad ofrecida. Exportan el 60% de su producción, principalmente a Suiza, Estados Unidos, China, México y Alemania. Es un entusiasta proyecto familiar capitaneado por los hermanos Eduardo y Víctor Hernáiz.
Su producción la autodefinen como “vinos de finca en los confines de Rioja”. Añaden que es una bodega con una extensa finca de viñedo en el extremo oeste de la denominación, dentro de la subzona Rioja Alta. Es un Rioja de zona límite. Su localización privilegiada explica una climatología especial, que “beneficia el cultivo de la vid en un peculiar terreno de canto rodado”. Una capa de 40 centímetros de canto rodado esconde un suelo pobre, de estructura franco-arenosa, que aporta una singular mineralidad a sus caldos. El drenaje del agua es muy notable, así como la exposición de los viñedos a un clima de gran influencia continental. La combinación, asegura la familia propietaria, da como resultado “vinos personales, elegantes y complejos”. En Bodegas La Emperatriz, como diría Carlo Petrini, el fundador y presidente de la asociación ecogastronómica Slow Food, conciben al vino como un alimento que es mucho más que un mero producto para consumir. Es, pues, felicidad, identidad, placer, compañía, nutrición, economía de territorio y supervivencia. Se pone la mira en la modernidad para mostrar la máxima expresión frutal en sintonía con la historia, la cultura y la naturaleza. Se encomiendan a una agricultura de precisión.
Apuestan por las variedades autóctonas. Nada quieren saber ni de la chardonnay, ni de la sauvignon blanc o la cabernet sauvignon. Pese a su memorable, mineral, frutal, hedonista y elegante Parcela Número 1, creado en base a las mejores bayas de tempranillo de las vides más longevas de la propiedad, también han sido capaces de brillar con viejas garnachas tintas y viuras. En los últimos años, tras la incorporación al proyecto en 2007 del enólogo David González, Bodegas La Emperatriz ha cosechado especial relevancia y notoriedad. Eduardo Hernáiz asegura que han “despuntado” desde que David González se sumara a la empresa y añade que “hemos avanzado más del 2007 al 2011 que durante los siete primeros años del proyecto”. No han hecho más que elaborar vinos auténticos en una finca con historia. De hecho, las raíces de Bodegas La Emperatriz se remontan al siglo XIX, cuando Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia y propietaria de la finca, ya conseguía vinos de renombre.
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